Han pasado ya 6 meses desde que allá por ese ahora tan lejano 14 de marzo, nos decían a todos que había que quedarse en casa.
A tenor de dos datos de esta semana - contratiempo en el desarrollo de la vacuna de Oxford y los números diarios de contagios - quien más y quien menos, tiene claro que el otoño no pinta bien y que este virus ha venido para quedarse una temporada con nosotros.
Pero hoy pretendía traer a este rincón, que 8Directo me presta y del que me siento tan orgulloso, una reflexión sobre las otras consecuencias que nos trae un terremoto como este provocado por el Covid-19.
Cuando se ejerce presión sobre un objeto y este se rompe, siempre lo hace por la zona más débil y este hecho por desgracia no sólo ocurre con los objetos, también con las sociedades.
La presencia del maldito virus no sólo ha cambiado nuestras vidas y la manera en la que nos relacionamos, también y de manera silenciosa está afectando de forma desigual a unos y otros en función de diferencias económicas, sociales y de educación.
Esto que asumimos como algo “normal” y naturalizamos en nuestro día a día debería centrar nuestras preocupaciones y ser motivo de nuestros desvelos. En particular todo lo que se refiere y relaciona con nuestros menores, que son no sólo los más débiles, si no también nuestro futuro.
Podría enumerar una larga lista de cuestiones referidas a las consecuencias negativas del Covid-19, que afectan de manera desigual en función de las clases sociales, pero coincidiendo con la vuelta al cole, preferiría centrarme en las que afectan directamente a nuestros niños y niñas y a nuestros jóvenes.
Tras seis meses en los que, un más que extraño final de curso y un verano atípico, han puesto sus vidas y rutinas cabeza abajo, vuelven a las aulas llenos de incertidumbre y con altos porcentajes de pasar “temporadas” de 14 días confinados en casa cada cierto tiempo.
Y es aquí en este punto, donde me gustaría ser capaz de poner el acento y llamar vuestra atención ante el hecho de que si esta situación se alargara en el tiempo -así lo parece- va a provocar que muchos de nuestros jóvenes, especialmente aquellos con menos recursos y cuyos padres tienen escasa formación, sientan que el sistema hace aguas y no les provee de herramientas para formarse en igualdad ante esta mal llamada nueva normalidad.
Estas nuevas desigualdades que empiezan a verse entre nuestros menores se verán incrementadas si los confinamientos se repiten con frecuencia en próximos meses:
.- Acceso a un internet de calidad que permite desarrollar una formación online competitiva.
.- Metros cuadrados de la vivienda que condicionan el desarrollo saludable de los más pequeños.
.- Tipos de conversación y estímulos en casa que dependen de la formación de los padres.
.- Acceso a formación complementaria en casa (aquellos que se lo puedan permitir).
Salir de la pobreza, de situaciones de exclusión o simplemente mejorar económicamente es algo infinitamente más difícil que lo era antes, el siglo XXI ha traído a España una movilidad social estancada, donde se hereda tanto la riqueza como la pobreza y cada vez resulta más difícil superar el estatus de los padres.
Esto que era y es una realidad, se ve potenciada por el nuevo catalizador de desigualdades que no es otro que el dichoso coronavirus. Por tanto debemos urgentemente reforzar y proteger el eslabón más débil de la sociedad -nuestros menores-.
Dos años raros en un adulto quizás no son significativos o son cuanto menos recuperables, pero dos cursos escolares mal resueltos para un menor pueden causar un impacto negativo a largo plazo con difícil solución.