- ¿Qué ha pasado? – la voz cansada de Laura apuntaba a la copa medio vacía de albariño que presidía la mesa alta junto a la cristalera que daba a la playa. Los tres monos era su restaurante preferido, y el de Luís, su marido.
El empresario de éxito escuchaba a su mujer con la mirada perdida de un color melancolía. Ese tono que suele patinar una respuesta dolorosa.
-Lau- cómo mecánicamente la llamaba su marido - Ha pasado el tiempo- le respondió entre susurros, mientras apuraba su copa de licor café.
Treinta años de matrimonio, dos hijos y la vorágine de una vida dedicada al pequeño negocio familiar de distribución de marisco, y más tarde al grupo más importante de exportación de Galicia, estaban pasando factura a una relación que comenzó cuando ambos madrugaban en la vida. Una factura con intereses.
En el regreso a casa en coche los acompañó un silencio oscuro.
Los días posteriores fueron iguales que los días de los últimos meses. La rutina diaria era el mejor escondite para que dos personas maduras jugaran al juego de no hacerse daño.
-el Dr Xosé Fernández es tu hombre- el que hablaba era Xoel, el mejor amigo de Luís y su hombre de confianza desde que ambos tenían uso de razón.
- ¿Y tú crees que Lau será capaz de sincerarse con un desconocido? – dudaba el empresario
-Le llaman el reverendo. Es capaz de arreglar lo de Ucrania en dos tardes- lo tranquilizó con el tono jocoso que le caracterizaba
El Doctor Xosé los recibió en su clínica de la calle Príncipe. Una amplia estancia adornada con diplomas académicos y fotos en blanco y negro de escenas familiares. El terapeuta y su mujer posaban con su único hijo, cómo le confesó posteriormente, de forma cronológica desde que dio sus primeros pasos hasta llegar al altar donde contrajo matrimonio con una paisana de un pueblo colindante, Nigrán.
Un despacho peculiar, pensaron los incrédulos pacientes, mientras buscaban en el decorado el diván de turno.
-Nigrán. Allí solemos ir los domingos a pasear por la playa América y desayunar en lo de Eulogia, una chocolatería donde ponen unos churros exquisitos- recordó Luís llevándose los dedos a la boca.
-Tomo nota- le contestó el galeno, apuntándolos con el dedo índice.
Xosé, de mediana edad y con un tono de piel coloreado al sol de Sade, un pequeño pueblo cerca de Santiago, hablaba por los codos. Alternaba comentarios filosóficos con chascarrillos de tendera de barrio.
-La vida es tan bonita que parece de verdad- era una de sus frases de cabecera.
Las sesiones en el ático de la calle Príncipe se prolongaron durante varias semanas. Algunas eran individuales, cosa que desconcertaba a ambos contendientes, que anhelaban saber las confesiones ajenas. Otras eran comunitarias, salpicadas de vivencias y anécdotas que llenaban de risas y pétalos la hora y pico de terapia.
El reverendo estaba creando una atmósfera entre ambos que les recordaban tiempos pretéritos. Buenos tiempos.
El matrimonio en crisis llegó puntual a la última visita con el que había sido su confesor durante las últimas tres semanas. Estaban inquietos ante su graduación. La última oportunidad tal vez, pensaron.
-Pareja, es el momento de buscar en vuestro pc vital las fotos que en su día os hicieron posar felices. Sólo tenéis que observar a vuestro alrededor, escuchar a la gente que es feliz cómo lo fuisteis ustedes en su día y revivir los motivos que os llevó a construir una vida en común. Copiad la felicidad ajena y nueva. Es gratis- la perorata del doctor fue intensa e inquietante a partes iguales.
Se despidieron con un abrazo que sonó a sincero.
Los siguientes días fueron feriados. Los planes imprevistos se atropellaron en sus día a día.
El domingo amaneció con música. Un sol intenso acompañó al matrimonio durante su paseo por la playa América. La caminata los llevó a la Chocolatería Eulogia, al final del
paseo marítimo. Apenas había dos mesas ocupadas y eligieron una que estaba justo al lado del mostrador, donde la joven pareja que regentaba la churrería se afanaba en preparar el chocolate y los churros que más pronto que tarde, se convertirían en el placer dominical de medio pueblo, y parte del otro medio.
-Carmiña tienes preparado todo ¿verdad? – Carlos, el churrero, repasaba el listado de todo lo necesario para salir a la mañana siguiente en la flamante autocaravana que recién habían adquirido.
-Sólo falta cargar la tabla de paddle surf y esperar que nos haga buen tiempo en Vila do Duque- le respondió su mujer mientras envolvía meticulosamente unos churros rellenos de chocolate.
-Seguro. La próxima semana va a hacer un tiempo excepcional en Portugal- la tranquilizó
Luís telefoneó a su lugarteniente -Xoel búscame una autocaravana que sea acogedora y alquílala para la próxima semana. No muy grande, para Lau y para mí-
Al camarada le sorprendió la llamada un domingo a la tarde, pero el mensaje se recepcionó con alegría. Era inusual que su amigo se alejara tantos días de sus obligaciones laborales.
-Ah. Y consígueme dos tablas de paddle surf. Para principiante. Sencillas- la voz del jefe sonaba bien.
Los cinco días siguientes trascurrieron en una montaña rusa. Jornadas de playa que se prolongaban hasta el atardecer, cenas con velas en el avance de su improvisada casa, charlas de madrugada al calor de más de una botella de vino. Y noches de luna que a los dos le supieron a sexo nuevo.
Carlos les llevó a la mesa los dos chocolates y la docena de churros. El matrimonio recién se había sentado en la chocolatería después del habitual paseo dominical por playa América.
Carmiña tras el mostrador, hablaba por teléfono. Lau quiso entender, por el tono, que lo hacía con alguien cercano.
-Tienes que pasearlo tres veces al día. Y no te olvides de la comida. Pero por favor no le des otra cosa que no sea su pienso- aleccionaba a su suegra
-Son sólo tres días Anxela. Nos vamos a un festival de música- la despidió con voz cariñosa
Esta vez Luís no llamó a su amigo. Cogió su teléfono y le preguntó a Google por los conciertos de la próxima semana. La lista era interminable, pero el que juntaba a Iván Ferreiro, y su hijo Andrés, con Leiva en el Náutico de O Grove sonaba a música celestial.
El concierto duró tres horas, los artistas repasaron las canciones que habían sido la banda sonora del matrimonio. Volvieron hasta el hotel andando descalzos por la orilla de la playa, embriagados por la suave brisa del Atlántico y por varias copas de más. Cogidos de la mano. La noche duró mucho más que el concierto.
Xoel, testigo de excepción, observaba como a su mejor amigo le había cambiado el semblante de su corazón. Reconocía en esta nueva versión al joven empresario que se había abierto camino en la vida del brazo de su mujer.
La pareja volvió durante todo el mes de julio a su cita dominical en la sucursal de nuevos proyectos que se había convertido lo de Eulogia.
Viaje relámpago a Paris, que Luís justificó como de negocios, y que se convirtió en dos días inolvidables para la pareja. Visita sorpresa a sus hijos, que trabajaban en la oficina que la empresa de exportación tenía en Madrid. Veladas en casa que terminaban en la piscina a altas horas de la noche salpicadas de la adrenalina que segrega el sexo furtivo. Días de vino y rosas.
El Doctor Xosé se sentó en la mesa más alejada de la chocolatería. Su tez morena y su guayabera de color blanco no le ayudaban a pasar desapercibido.
Carlos lo había visto llegar hace rato. Se acercó con la bandeja a la mesa del reverendo
-Un cortado y una rueda muy hecha. Cómo siempre papa- le sirvió el churrero con tono falsamente formal.
-Te veo bien hijo- el doctor le imitó en el tono
-A los que veo bien es a la pareja de tortolitos. Voy a tener que empezar a pasarte la minuta. Está bien que me pidas ayuda, pero airear los planes que hacemos Carmiña y yo a tus pacientes me parece que tiene un precio- le reprochó cariñosamente a su padre
-Un precio también tienen los años en la facultad de medicina en Santiago que te subvencioné para que terminaras sirviendo churros y chocolate en un puesto ambulante por amor. Y yo nunca te he pedido la minuta- le replicó irónicamente Xosé
-Anda, tráeme un vaso de agua-
-Ah, y dile a Carmiña que el perro ha probado la empanada de mama y ni se acerca al pienso- las risas de padre e hijo llegaron a playa América, donde una pareja de mediana edad se besaba en la orilla como dos adolescentes.