19 de Junio de 2024
El Liberdade 8
El Liberdade 8

George amaneció solo. Un buen día decidió desinstalar la aplicación Jessica de su corazón. Su plan siempre fue salir corriendo. Pero se cansó de correr la mañana que en la puerta de la sucursal del banco Espirito Santo de Vila Praia de Ancora se encontró con Jessica, directora de la oficina, que acababa de aparcar su Toyota frente a la sucursal. George la sintió incomoda, sobre todo cuando Xabi, el apoderado del banco, estacionó su utilitario justo detrás del Toyota. No pudo reprimir la tentación de mirar como entraban juntos. Supuso que habían desayunado. Supuso que ella estaba rehaciendo su vida. Supuso que todo había acabado. ¿Está seguro de querer desinstalar la aplicación? Sí.

Desde ese día, cada vez que tenía que hacer algún trámite bancario, se dirigía a la oficina de su banco de toda la vida a 20 kilómetros, en Marinhas.

George era un tipo de rutinas. Se levantaba temprano, sobre las siete, a pesar de que no tener que fichar hasta dos horas más tarde en Lacoancora, una fábrica de muebles de diseño, de la que era gerente. Se aseaba y tras prepararse un café sólo, solía escribir. Escribía poesía. Ya por la tarde, a eso de la seis, cuando volvía de la fábrica, bajaba al Liberdade 8, un garito regentado por Raphinha Gomes, un bohemio soñador que varó su corazón en las costas de Murcia y regresó a su pueblo natal para cerrar heridas. En el bar se podía escuchar música de cantautor, había exposiciones de artistas locales y alguna vez que otra, se recitaban poemas por parte de algún atrevido creador. George nunca se subió a la tarima del Liberdade. El miedo escénico era mayor que sus deseos de compartir su obra. Sobre las 10, vuelta a casa para leer un rato antes de acostarse. De camino, acostumbraba a tomar algo ligero en el Lagoa Azul, que le cogía de paso. Si las musas lo estaban esperando a esa hora despiertas, escribía unas líneas.

En el segundo hogar de George habitaba una fauna variopinta. Jhony “cubata” había nacido en San Juan del Puerto (Huelva) pero el amor, en forma de portuguesa guapa con ojos verdes, lo trajo a Vila Praia. Soldador profesional, viajo por todo el país. Cuando se cansó del wiski y las luces de neón volvió a casa. La portuguesa guapa lo estaba esperando junto a sus cinco hijas. A Lobo Lopes no lo esperaba nadie. Dio varias vueltas al mundo en barcos mercantes. A veces, se sentaba sólo en un rincón del bar con una botella de moscatel y la mirada perdida. Las olas le traían restos de su naufragio. Asdrúbal completaba el óleo sobre lienzo de la vida que era el Liberdade. Vivía prácticamente en la indigencia, en una casa casi en ruina a pocos metros de la de George. De familia bien, interpretó a la perfección el papel de hijo rebelde. Tenía varios masters en la universidad de la vida, pero una mala película lo relegó a actor secundario. Su pasión era el séptimo arte. Su colección de cintas, sobre todo de cine clásico, decoraba, junto al cartel de “El cartero siempre llama dos veces”, las paredes de su morada.

Pero George tenía un secreto. Quería querer. Y entonces sus rutinas empezaron a saltar por los aires. En ocasiones, cuando el tiempo lo permitía, un grupo de mujeres se reunían en la terraza del Liberdade. Charlaban animadas mientras tomaban porto casero que el propio Raphina elaboraba. De primera marca, le solía decir el bohemio soñador mientras les servía. Conversaciones intranscendentes que eran interrumpidas por risas y comentarios. George puso el foco especialmente en una. Erika había regresado al pueblo varios meses atrás desde Oporto. De unos treinta años, algo menos que George, vivía en una villa de estilo colonial que sus padres, ya fallecidos, le habían dejado en herencia. La morada estaba a pocos metros de la de George, y aún más cerca de la Asdrúbal. Esta cercanía propició que Erika pasará largos ratos hablando con Asdrúbal, cada uno desde la atalaya de sus casas. Habían construido una curiosa sociedad.

A diferencia de Asdrúbal, George nunca habían entablado una conversación con ella. Apenas un saludo de cortesía y poco más. El radar de Erika si había captado algunas señales en forma de miradas furtivas, que George apagaba apenas era descubierto.

Los escritos del aprendiz de poeta empezaron a tener como única protagonista a Erika. Una mañana decidió que, camino del trabajo, iba a dejar en el buzón de la casa colonial unas estrofas del poema que llevaba días dibujando.

Aunque tú no lo sepas
Me he acostado a tu espalda
Y mi cama se queja
Fría cuando te marchas

Miró a un lado y a otro de la calle y apresuró el paso para dejar la primera misiva, pero al llegar junto a la verja sintió una sensación de ridículo.

—Me estoy comportando como un niño— dijo con tono disgustado.

Su primera obra terminó en una papelera, que estaba justo enfrente de la casa del cinéfilo loco. Todo el día le acompañó una sensación extraña de culpa.

—No tengo edad para esto— se fue repitiendo durante el trayecto en coche a la fábrica.

Aunque tú no lo sepas
Me he inventado tu nombre
Me drogué con promesas
Y he dormido en los coches
Aunque tú no lo entiendas
Hoy me siento como un pobre
Que no encuentra sus huellas

Esta vez la hora del segundo intento por arrojar el mensaje en la btella coincidiría con su regreso a casa después de haber cenado en el Lagoa Azul un bacalao con salsa de cebolla que Víctor, el cocinero, había preparado especialmente para él.

Esa noche la velada en el Liberdade fue animada. Sabían cómo encender a Asdrúbal. Su mecha era corta y sobre todo si le mentaban a su cinta preferida “El cartero siempre llama dos veces”

—Titanic, eso si que es cine— afirmaba con sorna Lobo Lopes, abriendo los brazos cómo si estuviera en la proa del transatlántico.

—Totalmente de acuerdo— respondía cómplice Jhony La respuesta del cinéfilo siempre era la misma.

—Nunca había visto una mujer tan hermosa como ella, pero sabía que su belleza era peligrosa, como una rosa con espinas que te cortan sin remedio— recitaba de memoria. En realidad, sabía todo el guion de la película, incluyendo los créditos.

Las risas llegaban al puerto. Las blasfemias de Asdrúbal también.

Cuando el grupo comenzaba a tocar retirada, Raphina anunció que el sábado próximo, el Centro de Promoción y Cultura del ayuntamiento había convocado un certamen de poesía. Todo el grupo miró al unísono a George. No dijo nada y enfiló sus pasos en busca del plato de bacalao.

La operación fue de nuevo abortada cuando iba a introducir el poema en el buzón. Esta vez el motivo fue las dudas que tenía George en el remate de la estrofa. Le pareció cursi. George volvió a tirar las pruebas a la papelera.

A la mañana siguiente hubo fumata blanca. La obra estaba terminada. El autor asintió con la cabeza a modo de aprobación.

Tomó de un sorbo el café solo y emprendió camino al coche. Al llegar a la altura del objetivo, sacó del bolsillo un sobre y en ese preciso instante Erika abrió la puerta de su casa. George cambió el rumbo de modo precipitado. De nuevo el poema al fondo del mar. Arrugó el sobre y lo tiró a la papelera.

El liberdade estaba hasta la bandera. Las convocatorias culturales solían congregar mucho público en el local. Cuando llegó George, un grupo de jóvenes del instituto apuraban sus copas en la puerta. Erika y sus amigas ya estaban sentadas en una mesa justo al lado del escenario. El no hay billete estaba asegurado.

Al poeta le temblaba las piernas. Hasta última hora había sopesado seriamente no aparece por el garito.

Al entrar observó al fondo a Asdrúbal. Ni rastro de Jhony ni de Lobo Lopes. Ellos eran de ciencia.

Aunque tú no lo sepas Me he inventado tu nombre Me drogué con promesas Y he dormido en los coches Aunque tú no lo entiendas...

Un silencio sepulcral envolvió al Liberdade, roto por el murmullo de la platea. George se quedó en blanco. Habían sido demasiados cambios, demasiadas dudas en el remate del poema, se lamentaba. En ese momento lo único que deseaba era que lo tragara la tierra. A Erika se le aceleró el corazón.

Nunca escribo el remite en el sobre
Por no dejar mis huellas

Erika recitó con una voz dulce y firme el final de la estrofa ante la sorpresa de sus amigas, que la miraban como si hubieran visto un fantasma.

A George se le paralizó todo el cuerpo. ¿Cómo era posible que conociera el poema? El mismo había arrojado todos los mensajes a la papelera. Nadie conocía el contenido de sus sueños escritos. Entonces observó como Asdrúbal en el fondo del local y mirando la copa de porto que levantaba en su mano, recitaba su pasaje preferido.

—Nunca había visto una mujer tan hermosa como ella, pero sabía que su belleza era peligrosa, como una rosa con espinas que te cortan sin remedio—.

El cinéfilo loco, apostado en la ventana de su casa tras las cortinas, había esperado durante las últimas semanas a que George se alejara cada vez que tiraba sus sueños a la papelera justo frente a su casa. Después, de forma furtiva había introducido una a una las misivas en el buzón de la casa colonial.

Asdrúbal apuró la copa de porto y encaminó con paso firme hacia la puerta del local. Pero antes de desparecer tras el dintel de Liberdade, susurro con cierto tono irónico y afirmando con la cabeza

—El cartero siempre llama dos veces. Eso si que es cine.

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Quinto relato de la serie 'Cuentos de andar por casa', de Diego Pérez Yiyi, perteneciente a la etapa Viana do Castelo-Caminha, del camino Oporto-Santiago.