María del Pilar fue contundente. A las 5 en el Cabsy. El mensaje en el chat de WhatsApp, que compartía con sus amigas más íntimas, convocaba una reunión de urgencias para que Pili, cómo cariñosamente la conocía los más cercanos, contara las peripecias de su peregrinaje a Santiago junto al grupo de madres del AMPA del colegio salesianos. Paco, su marido, un santo varón, la animó para que cumpliera una de las ilusiones de su vida. Sus obligaciones laborales le impedían acompañarla.
A las 5 en punto la mesa de la esquina junto a la cristalera que daba a la calle Ancha estaba casi completa en primera convocatoria. Concepción y Lourdes fueron las primeras en llegar. Pili compareció seguidamente con una bolsa con presentes del Camino para sus amigas. Conchas del peregrino y un imán con la cruz de Santiago para cada una. La botella de licor de café era el regalo comunitario. Cómo era habitual, María Lucia llegaría en segunda convocatoria y Pili le haría la misma broma de siempre al verla llegar con los dedos manchados de rotulador azul.
—¿vienes de lavar a un pitufo, no?
Las ocurrencias de Pili nunca fueron tomadas como fuego enemigo. Era regla número uno de la particular sociedad, no mentar el nombre de ninguna de las integrantes en vano. Obviamente la norma era incumplida día sí y día también.
La elección del enclave no era al azar. Desde esa atalaya, entre cafés y chascarrillos, el grupo observaba con atención el trasiego de la arteria principal de Algeciras, la calle Ancha, elaborando la crónica rosa del día a día que posteriormente sería convenientemente publicada por diferentes canales. Peluquerías, supermercados y partidas de rami interminables que tenían lugar en el hotel Bahía, en periodo estival, y el salón de la planta superior del Casino, cuando ya las tardes refrescaban y la temporada de playa iba concluyendo en el Rinconcillo, eran los escenarios perfectos para elevar a los altares o descender a los infiernos a todo hij@ de vecino que se preciara.
La plática comenzó animada. Pili desglosó con todo lujo de detalles el itinerario.
Llegamos en autocar a Viana do Castelo, una ciudad preciosa. Unas casas de piedra con sus escudos encima de la puerta dignas de la Presley. Museos, fuentes… Todo muy limpio y bien conservado. Nada más llegar cruzas un puente sobre la desembocadura de un río con unas vistas impresionantes. Eso sí, mucho viento. Y yo con la permanente recién hecha. Os podéis imaginar. El puente que cruza el río se llama Eiffel, porque lo construyo el mismo que hizo la torre en París. Pero antes, porque de aquí se llevaron dos barcos llenos de tornillos para París porque sobraron. Eso pasa en España y tiene que amarrar la torre Eiffel con presillas— remató Pili con su agudísimo sentido de humor.
Al día siguiente, a eso de las diez, hicimos andando un tramo de tres kilómetros así. Desde Viana hasta un pueblecito llamado Areosa. Un paseíto decía el guía. Ni Miguelete chiquilla. Menos mal que después nos llevaron en el autocar hasta Vila Praia de Ancora. Más turístico y animado. ¡Comimos un bacalao!— contaba mientras que se llevaba las manos a la cara.
A la mañana siguiente muy temprano nos montamos en una barcaza que atravesó el rio Miño hasta La Guardia y de allí de nuevo en bus hasta Santiago. ¡Qué de gente! Hemos comido de maravilla y las del AMPA super simpáticas. Me ha sabido a poco, tenemos que volver juntas— concluyó.
La sociedad estaba encantada escuchando los relatos de Pili. Sabían de la ilusión que le hacía hacer el peregrinaje a Santiago. La crianza de sus hijos, dos varones y una hembra, que llenaban de orgullo al matrimonio, y las ocupaciones laborales de Paco, hicieron alargar el inicio del Camino. A todas luces Pili era la líder espiritual de la particular congregación.
La pena es que no haya podido acompañarte Paco¿no?— le sugirió María Lucía.
—Deja, deja. Mi paco es más de sofá y mantita. No le gusta las aglomeraciones— puntualizó Pili.
—¿Y los albergues? Yo ni muerta duermo en un cuarto como si fuera un barracón militar— la que hablaba ahora era Lourdes.
—Calla. ¡Me pasó una cosa!— deslizó Pili
En ese momento el auditorio que componían sus tres amigas del alma lanzó al unísono un:
Cuenta, cuenta.
Durante la visita guiada al centro histórico de Viana de la excursión de las madres salesianas, se unió un grupo de 12 personas de diferentes nacionalidades. Tres matrimonios alemanes, con sus sandalias y sus calcetines. Uno de Chequía, rubios cómo las candelas y tres hermanas italianas que hablaban por los codos. La peculiar convención del ONU la completaba un japones con todo su equipamiento. El nipón llevaba una mascarilla de color celeste, un paraguas y dos cámaras de foto que le colgaban del cuello a modos de medalla olímpica. Japonés de catálogo. Los nuevos integrantes de la expedición peregrina también pertenecían a la congregación salesiana.
El heterodoxo grupo tenía programado pernoctar en el hostal San Joao da Cruz dos Caminhos, un albergue que pertenecía a la Orden de las Carmelitas Descalzas. El hospedaje se encontraba situado dentro del convento del Carmen, justo enfrente del puente Eiffel.
El hecho de que el grupo llegara con retraso a la recepción del albergue trastocó un tanto los planes iniciales. Eso, y que en principio la expedición la conformaban treinta personas. Pero a última hora, Ramona, que así se llamaba una de las italianas parlanchinas, convención a sus dos hermanas para que la acompañaran a saludar a Santiago. El hospedaje contaba con dos barracones de quince literas de dos camas y varias instancias con 6 camas individuales. Los números no cuadraban. Faltaban justamente dos camas.
Después de un rato largo se pudo completar el puzle. Dos voluntarios accederían a compartir estancia y descanso en la sala continua con un grupo de estudiantes del colegio mayor Ahuja de Madrid, que estaban realizando la ruta peregrina para clausurar el curso académico. Pili y el nipón fueron los elegidos. O, mejor dicho, ambos dieron un paso adelante, cansados de escuchar discusiones en la recepción entre la responsable del albergue y Don Alberto, un sacerdote salesiano que accedió a comandar la expedición a Santiago.
Pili y el japones caminaron juntos a lo largo del pasillo que conducía a la instancia que le fue asignada. Cuando llegaron ya estaban instalados los cuatros chavales del colegio madrileño. Las mochilas por los suelos y la ropa de la jornada desparramadas en las sillas dibujaban un panorama de guerra que incomodó a los dos nuevos inquilinos. Hirohito, que así se llamaba el japo, colocó con sumo cuidado todas sus pertenencias sobre una silla junto a la cama que hacía las veces de mesita de noche. Paragua, cámaras y mascarilla fueron colocadas de forma ordenada y meticulosa. Cambió su indumentaria por un chándal con mucha delicadeza para no violentar a la dama, hizo una inclinación con la cabeza que Pili interpretó como un buenas noches, y se acostó.
Pili, de la vieja guardia, fue a los baños y regresó con un pijama a raya rojas y blancas con el escudo del Algeciras CF que su hijo mayor le había regalado. Hay cosas que sólo se hacen por un hijo, pensó cuando abrió la noche de reyes el regalo de Javi.
A pesar de que las luces estaban apagadas, los estudiantes seguían hablando con voz queda. El silencio de la noche hizo que Pili oyera con nitidez la plática de los chavales. Disputas intranscendentes que enfrentaban opiniones entre niños bien sobre chicas ligeras de cascos, fútbol y toro. Los futuros adoradores del IBEX 35 ya apuntaban maneras pensó Pili.
—Este año ya le he dicho a mi padre que no quiero el abono del palco VIP del Madrid. Mi regalo fin de carrera es la barrera de las Ventas. No me pierdo a Morante de la Puebla en la corrida de la beneficencia por nada del mundo— sentenció uno de los futuros ricos.
—Vas a comparar a Morantes con José Tomás. Deja de decir gilipolleces— le replicó Borja, que parecía el jefe de la peculiar manada.
—Anda ya, tu no has visto un torero con el capote como Morante— le contestó con desgana Tristán, el aspirante a nuevo rico.
El comentario de un nuevo madriles que no había entrada aún en antena alertó a Pili, que por aquel entonces no podía dejar de escuchar las conversaciones de aquellos imberbes. —¿Se habéis fijado las cámaras que lleva el rollito de primavera? Tienen que valer un pastón— dijo José Mari, que por su aspecto parecía el mayor del grupo.
—Ese no es chino tolili. Es japones— replicó entre risas Tristán.
Mañana cuando se levante, y en un despiste le quitamos al japones hasta los empastes— saltó rápidamente el jefe Borja
Pili estaba alucinando. Por nada del mundo iba a dejar que estos niñatos avasallaran a su compañero de camino, por muy desconocido y japones que fuera.
La heroína no pegó ojo en toda la noche. Estaba dispuesta a vigilar las pertenencias de Hirojito, o como se llamase, por tal que de que la banda de madrileños no consiguiera el botín.
El reloj del japo sonó muy temprano. A las 7 el hijo del sol naciente hizo honor a su nombre. Pili abrió los ojos de par en par, vio como Hirohito se incorporaba y se dirigía a los futuros delincuentes.
—Buenos días chavales. Lo primero. ¿Cómo están los máquinas?— les espetó con un acento andaluz del bajo Guadalquivir de manual.
Las caras de los estudiantes eran un poema. De Lorca. Pili observó como los chavales, tendidos en sus camas, levantaban sus cabezas con los ojos como la bandera de Japón valga la redundancia. Incluso vio como Borja se echaba la manta que lo tapaba sobre la cabeza. La escena era digna de Berlanga.
Hirohito, que así se llamaba, pertenecía a la delegación que su país envío a Coria, un pueblo sevillano a la orilla del Guadalquivir, para documentar los lazos de unión que los unía a partir de la llegada del samurái Hasekura Rokuemon Tsunenaga mientras realizaba una expedición diplomática por nuestro país llamada Keicho allá por los años 40.
—El nipón es más de aquí que las aceitunas— afirmó Pili una vez que supo a posteriori la historia de Hirohito.
—¿Y estáis hablando de capote? Mi arma, no habéis visto nunca el capotito de Curro rozando el albero de la Maestranza— remató el japones mientras dibujaba media verónica con la toalla camino de la ducha.
Cuarta entrega de 'Cuentos de caminar por casa', de Diego Pérez Yiyi, este perteneciente a la etapa Marinhas-Viana do Costelo dentro de la ruta Oporto-Santiago.